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lunes, 21 de mayo de 2007

Investigadores prueban en chimpancés una posible vacuna para la hepatitis C

MADRID.- Dos nuevos descubrimientos sobre la hepatitis C permiten avanzar en el manejo de una enfermedad que afecta a millones de personas en todo el mundo: la posible llegada de una vacuna y las causas por las que en algunos pacientes fracasa el tratamiento actual.

La hepatitis C hoy por hoy tiene un tratamiento poco satisfactorio, ya que sólo el 60% de los pacientes que reciben terapia responden a la misma. La solución a enfermedades de este tipo está en el desarrollo de vacunas que impiden adquirir la infección.

Hasta ahora se ha experimentado con diferentes partes del virus que intentan estimular el desarrollo de anticuerpos capaces de defender al organismo frente a nuevos ataques del virus, pero los ensayos no han sido positivos, ya que muchas de las partículas estudiadas no tienen capacidad suficiente como para estimular una respuesta adecuada.

Sin embargo un nuevo estudio publicado en la revista 'PNAS' muestra unos resultados prometedores. El experimento, realizado por investigadores alemanes de la Universidad de Friburgo y de los centros de investigación virológica de Bethseda y San Antonio, en Estados Unidos, indica que una vacuna, hecha por ingeniería genética y administrada a chimpancés, parece tener suficiente capacidad de estimular las defensas del organismo, durante un periodo mínimo de seis meses.

La vacuna se hizo con partes de las proteínas estructurales del virus C. Tras la inyección de dichas proteínas se comprobó que los animales desarrollaban anticuerpos específicos frente al virus de la hepatitis C. Los chimpancés vacunados y expuestos posteriormente al virus no se infectaban, lo que demuestra la eficacia de la vacuna.

A pesar del optimismo de los investigadores se ha comprobado que la respuesta inmune es un poco débil todavía. El próximo paso, según palabras del científico T. Jake Liang, uno de los líderes de esta investigación, "será mejorar la eficacia de la vacuna modificando genéticamente la misma para darle mayor capacidad de inducir una respuesta inmune".

¿Por qué fracasa el tratamiento?

La hepatitis C se transmite básicamente por sangre contaminada. De los pacientes afectados una minoría tiene síntomas en la fase aguda y en dos de cada tres la enfermedad se hace crónica, lo que conlleva un mayor riesgo de desarrollar cirrosis o cáncer de hígado. En la actualidad no existe ninguna vacuna disponible. El tratamiento aprobado es la combinación de interferón pegilado y ribavirina, que cuesta unos 1.200 o 1.800 euros al mes y se debe dar durante 6-12 meses, lo que lo hace inviable para países en vías de desarrollo.

Junto con el hallazgo de la vacuna, la revista 'Journal of Gastroenterology and Hepatology' ha publicado un estudio que puede ayudar a comprender mejor algunos de los 'fracasos' terapéuticos frente a los antivirales en el caso de infecciones por hepatitis C. El estudio demuestra que los pacientes con niveles bajos de colesterol en sangre y aquellos con índices de masa corporal bajos responden mucho peor al tratamiento que los individuos con colesterol elevado o sobrepeso.

De un total de 109 pacientes analizados, 53 respondieron bien al tratamiento. Los niveles de colesterol total, LDL colesterol (el colesterol 'malo') y apolipoproteína B de los pacientes que se curaron con los antivirales fue claramente superior al de los pacientes con fracaso terapéutico. En concreto por cada 10 mg/dl que aumentaba el colesterol en los pacientes se vio que existían tres veces más posibilidades de responder a la terapia.

En cuanto al peso de los pacientes se vio una relación inversa entre el índice de masa corporal (IMC) y el éxito terapéutico: los pacientes con bajo IMC (delgados) respondían mucho peor que los pacientes con IMC alto (obesos).

"Saber que estar delgado o tener el colesterol bajo va a impedir que el tratamiento de la hepatitis C sea exitoso en muchos casos nos puede ayudar a establecer estrategias de tratamiento diferentes en los pacientes con estas características clínicas", comentan los autores del estudio, realizado en la Universidad de Ioannia, en Grecia.

Fuente: El Mundo.

martes, 15 de mayo de 2007

El «eslabón» más próximo de humanos y simios vivió hace 29 millones de años

La clásica búsqueda del «eslabón perdido» —el antepasado común de hombres y simios que postulaba la teoría darwinista— ha resultado mucho más ardua de lo que en el siglo XIX imaginó Ernst Haeckel, el primero que designó esta ignota y supuesta criatura como el «Pithecanthropus», el «hombre mono». En nuestro linaje, más embrollado de lo que el propio Darwin pudo imaginar, son pequeños descubrimientos los que nos ayudan a conocer mejor a nuestros numerosos y venerables «abuelos», una cadena de «eslabones perdidos» que poco a poco vamos desenmarañando.

La última de las pistas la ha desenterrado el primatólogo Elwyn Simons, de la universidad norteamericana de Duke, en la depresión egipcia de Fayum, cerca de El Cairo. Según publica esta semana la revista «Proceedings», el científico y su equipo han analizado por micro-tomografía de rayos X un cráneo extraordinariamente bien preservado de «Aegyptopithecus zeuxis», un pequeño primate que habitó esta región hace 29 millones de años. Los resultados han sorprendido al propio Simons, por diferir de las conclusiones del examen del primer cráneo de esta especie que él mismo descubrió en la década de los 60.

Encrucijada evolutiva

La casilla que ocupa este animalito en la evolución de hombres y monos lo sitúa en un punto crítico de ramificación: más avanzado que los lemures —prosimios primitivos, que hoy solo habitan en Madagascar— y justo antes de la diferenciación de las distintas ramas de primates catarrinos: monos del viejo mundo, grandes simios y humanos.

Hasta ahora, el estudio de los fragmentos recuperados hizo creer a Simons que el «A. zeuxis» había adquirido ya un gran desarrollo craneal, que se habría transmitido a todos los descendientes de este lejano antecesor. Sin embargo, el nuevo cráneo, correspondiente a una hembra, es menor de lo esperado, y su cerebro podía ser incluso más reducido que el de un lemur. Esto induce a Simons a proponer que nuestro antepasado presentaba un acusado dimorfismo sexual en tamaño, es decir, que las hembras eran mucho más pequeñas que los machos.

Es más; por comparación entre la evolución de las características morfológicas de los primates y sus costumbres, Simons sugiere que el «A. zeuxis» ya formaba grupos sociales integrados por varios machos y hembras, como hoy hacen los gorilas, cuyos sexos difieren notablemente en su talla corporal. Si la hipótesis del primatólogo es cierta, el modesto cerebro de este mono primigenio ya le permitía comprender las normas que rigen una comunidad, como la más elemental de todas ellas: distinguir a los «propios» de los «extraños», lo que sería, para la época, toda una novedad.

Por último, el tamaño del córtex visual muestra que el «A. zeuxis» ya poseía la aguda visión que es típica de los primates, pero sus pequeñas cuencas oculares, en contraste con los enormes ojos que sus «abuelos» los lemures utilizan para ver en la oscuridad, incitan a pensar que este «eslabón perdido» ya había abandonado la vida nocturna de sus antepasados en favor de las costumbres diurnas de los monos actuales.


Fuente: ABC.es.