En un supremo acto de autoinmolación, millones de células humanas se suicidan todos los días para mejorar nuestra vida.
Algunas lo hacen para que embriones en desarrollo no tengan membranas entre los dedos. En los adolescentes, las células cerebrales que no se usan mueren. Otras perecen tras sufrir daños por radiación o el humo del cigarrillo.
Los científicos han comenzado a aprender a controlar este proceso de demolición biológica y usarlo en la guerra contra el cáncer. Se llama muerte celular programada (PCD) o, en jerga científica, apoptosis. Los errores durante la apoptosis pueden llevar al cáncer o evitar que la terapia contra el cáncer funcione.
"En entre una tercera parte y la mitad de todos los cánceres, un gran componente de la malignidad es la capacidad de las células malignas de resistir la apoptosis'', dijo Richard Lockshin, profesor de Biología de la Universidad St. John's en Nueva York.
La muerte programada de las células está dirigida por un grupo de unos 25 genes, algunos con mórbidos nombres como Guadaña, Malo, Sombrío u Hoz. Esos genes tienen instrucciones de crear ciertas proteínas que inician procesos químicos que aniquilan las células no deseadas.
Laboratorios del gobierno, de universidades y privados se han lanzado a una carrera para desarrollar drogas que controlen los genes PCD. Varias compañías biotecnológicas ya ensayan en seres humanos medicamentos de este tipo contra el cáncer de pulmón y del colon, entre otros. Ninguna de las medicinas experimentales se ha aprobado.
"Los primeros intentos de manipular directamente la muerte de las células no han sido muy efectivos'', indicó Lockshin.
Otros investigadores están más optimistas. "Creo que las intervenciones terapéuticas clínicamente útiles estarán a punto para el 2012'', expresó en un mensaje electrónico Guido Kroemmer, investigador del Centro Francés de Investigación Médica en París.
La muerte programada de células se investiga desde hace por lo menos 10 años, cuando Robert Horvitz, biólogo celular del Instituto Tecnológico de Ma- ssachusetts (MIT), descubrió una familia de genes en gusanos de laboratorio que obligaba a ciertas células a morir o les impedía hacerlo.
Horvitz y dos colegas británicos recibieron el Premio Nobel en el 2002 por su trabajo. Los genes de los gusanos tienen paralelos con el ser humano y son objeto de intensas investigaciones.
Funciona así: algunos genes asesinos producen proteínas que rompen la mitocondria en órganos vitales. La mitocondria dañada libera sustancias químicas que con el tiempo destruyen la células anfitrionas. Al mismo tiempo, otras proteínas de la misma familia tratan de obstaculizar la apoptosis, manteniendo la célula viva. Como explica Horvitz en la página electrónica de su laboratorio, el equilibrio entre estas proteínas decide "qué células mueren y cuáles viven''.
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