De simbolizar el progreso y el futuro en tiempos de la carrera espacial, la NASA se ha convertido, a decir de muchos, en una sima de burocracia y rigidez donde las ideas ambiciosas no tienen cabida. Tampoco la tienen las voces críticas: aunque abundan los medios y las web que cuestionan el rumbo de la agencia estadounidense, se trata siempre de fuentes externas. Muchas de ellas formaron parte en su día del entramado de la NASA; Jim McLane, ingeniero y antiguo contratista de los programas espaciales de aquel país, lo resumía para Público hace unos meses: “A los contratistas como yo, no se nos animaba a hacer sugerencias independientes e innovadoras”. McLane defiende un esquema alternativo para la colonización marciana. Sus ideas, como las de otros, fueron “ridiculizadas” por la agencia.
La última rebelión contra los programas oficiales de la NASA es un verdadero órdago: un grupo de ingenieros y profesionales de la institución se ha conjurado clandestinamente para crear Direct v2.0, un proyecto alternativo al Constellation, el esquema que entrará en funcionamiento en 2015 y que sustituirá a los actuales shuttle. Constellation se apoya en dos pilares fundamentales: la nueva generación de cohetes Ares y la cápsula para tripulantes Orión, además del resto de módulos necesarios para el regreso a la Luna en 2020 y el posterior salto a Marte.
La premisa inicial de la serie Ares fue aprovechar la tecnología desarrollada para los shuttle, que dejarán de operar en 2010. El Ares V, diseñado como tráiler de carga pesada, conservará el famoso tanque naranja de los transbordadores y los dos propulsores laterales. En cambio, el Ares I, destinado a alojar a la tripulación, es una configuración nueva, con un único propulsor central. De cara a las misiones lunares, los módulos transportados por ambos cohetes deberán ensamblarse en órbita antes de proseguir su ruta hacia el satélite.
El camino del Ares I ha estado sembrado de dificultades. El cohete al que llaman the stick (el palo) adolece de errores de diseño que llegaron a amenazar su viabilidad. Según los ingenieros disidentes, los inconvenientes del Ares I se basan en haberse apartado de los shuttle para crear desde cero una nueva configuración. Steve Metschan, portavoz de Direct, lo resume: “Ares I requiere una fase superior y un motor nuevo sin emplear casi nada de la maquinaria, fabricación, integración, infraestructura de lanzamiento o mano de obra de los shuttle”.
Metschan es uno de los cinco nombres –todos externos a la NASA– que públicamente promueven el proyecto Direct. Ingeniero y antiguo contratista de la agencia espacial, hoy dirige la compañía de software TeamVision. Detrás de esta fachada visible se oculta, según fuentes de Direct, un grupo de 57 ingenieros y mandos intermedios de la NASA que trabajan en el proyecto en su tiempo libre y que no confiesan su implicación por miedo a ser despedidos. El esquema que proponen, afirma Metschan, no es una ocurrencia repentina, sino que “se ha construido sobre las recomendaciones de más de 35 estudios detallados elaborados a lo largo de 20 años por ingenieros de la NASA”.
El resultado de todo ello es el cohete Júpiter, un único concepto modular derivado directamente de la arquitectura shuttle. El diseño básico se desdobla en dos versiones, 232 y 120, para transportar respectivamente carga o tripulación. En este segundo caso, Júpiter mantendría la cápsula Orión desarrollada para los Ares. El esquema aún precisaría dos lanzamientos independientes para las misiones lunares, pero con una misma lanzadera.
Seguro, simple y rápido
El lema de Direct resume sus ventajas: “Más seguro, más simple, más pronto”. Afirman que su opción adelantaría en tres años el regreso a la Luna y en dos la transición desde los shuttle, recortando de cinco años a tres el plazo en que EEUU dependería de otros países para enviar sus misiones al espacio. La reducción de costes es otro cebo apetitoso, sobre todo con la actual penuria presupuestaria de la NASA y ante la incertidumbre del próximo cambio en la presidencia. Los creadores de Júpiter estiman un ahorro de 19.000 millones de dólares en la fase de desarrollo y de otros 16.000 millones en los gastos de operación durante 20 años.
Pero la NASA no cede. El director de Ares en el Centro Espacial Marshall, Steve Cook, reconoce que algunos de sus colaboradores pueden estar participando en Direct: “Ignoro lo que hace la gente en su tiempo libre”, declaraba a AP. El responsable de Ares desdeña el proyecto partisano: “Es un dibujo en una servilleta”. Cook señala que su juicio se basa en un estudio informal emprendido el pasado otoño, negando, como asegura Metschan, que la agencia examinase el esquema a fondo y que esté encubriendo las ventajas de Júpiter. De cualquier manera, Direct es mucho más que un delirio etílico. Su web despliega una documentación y un desarrollo profusos, que incluyen hasta un simulador de vuelo, y el proyecto ha sido ya presentado en varios foros especializados y congresos.
Es dudoso que los Júpiter vean la luz, más aún con los 7.000 millones de dólares invertidos ya en el Ares I, cuyo bautismo de fuego será en 2009. Según la NASA, “no podemos cambiar de caballo ahora”. Y, curiosamente, Metschan asiente: “Les guste o no, el caballo que ahora montamos es el shuttle, no el Ares I. Éste sí es un cambio de caballo”.
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