Cuando el ser humano se fijó en la aerodinámica de las aves para diseñar los primeros artefactos voladores, no sabía que había otros seres en el planeta que también utilizan el transporte aéreo para desplazarse. Los científicos saben ahora que numerosos microorganismos, entre ellos muchos patógenos, viajan en el interior de las grandes masas de aire, aunque sigue sin estar claro si sobreviven tras cubrir grandes distancias y si acaban provocando brotes de enfermedades en personas, animales o plantas a miles de kilómetros de su lugar de partida.
Por lo pronto, según un artículo que publica hoy la revista Science, se ha logrado demostrar que gran parte de las minúsculas partículas que dan lugar a la formación de hielo en la atmósfera proceden de bacterias y otros microorganismos, aunque todavía queda mucho por descubrir.
Trillones de microorganismos
“Estos movimientos de aire transmiten trillones de microorganismos como bacterias, virus o esporas, que siguen el camino de los vientos”, explica el director del Instituto de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de Canarias, Basilio Valladares, uno de los impulsores del proyecto. “Hay que determinar si llegan con vida tras permanecer a determinada altura y sufrir las temperaturas correspondientes a lo largo del traslado”.
Tras cuantificar el número de bacterias presentes por metro cúbico de aire, se realizarán estudios filogenéticos para averiguar si las que salen de África son las mismas que llegan a Canarias y, posteriormente, a Florida (EEUU).
“Se cree que una bacteria puede cruzar el océano, pero una cosa es pensarlo y otra demostrarlo”, agrega Valladares, que piensa que este proceso podría tener relación, por ejemplo, con el hecho de que la población canaria presente una prevalencia de alergias y asma mucho mayor que el resto de la población española sin motivos aparentes.
El trabajo del equipo de microbiólogos dirigido por Valladares se complementará con el un grupo de físicos meteorólogos liderado por Juan Pedro Díaz, director del Departamento de Física Básica de La Laguna, que avisarán a sus colegas de la llegada a Canarias de las masas de aire y se ocuparán de caracterizar la carga de polvo que lleven y del filtrado de las mismas para cazar las partículas y los microorganismos. Para ello, utilizarán unos aparatos llamados captadores de alto volumen, aunque, como el proyecto está todavía en una fase muy inicial, aún no se ha determinado su número ni dónde se situarán.
Díaz explica que sí aprovecharán una característica propia de Canarias: la existencia de una capa de impresión térmica, situada a unos 1.500 metros de altitud, que separa dos masas de aire diferenciadas, una más superficial y otra procedente de África.
“No hay mezcla entre las dos capas y esto facilita el estudio porque podemos colocar captadores a diferente altitud, de forma que los que estén en Izaña, a 2.300 metros de altura, recibirán la masa de aire africana con una mínima interacción con el
entorno”, explica.
En cualquier caso, todavía es pronto para aventurar qué podrá sacar a la luz esta investigación, ya que, aunque podría arrojar unos primeros resultados en un año, habrá que esperar unos cuatro años para tener conclusiones sólidas.
Bacterias en el hielo
En cuanto al estudio publicado por Science, liderado por Bret Christner, de la Universidad de Louisiana (EEUU), pone de relieve que gran parte de las partículas que dan lugar a los cristales de hielo en la atmósfera, llamados aerosoles, proceden de bacterias. Los autores analizaron la presencia de los aerosoles biológicos en nieve recién caída en 18 localizaciones, sobre todo de Francia y EEUU, y comprobaron que la nieve de la Antártida contenía las concentraciones más bajas, y la de Francia y Montana (EEUU), las más elevadas.
Las evidencias recogidas hacen pensar a los científicos que las partículas biológicas que dan lugar a los cristales de hielo recorren grandes distancias hasta llegar a la superficie en forma de nieve. Además, aunque no hacen una estimación de la presencia de aerosoles biológicos en la atmósfera, los científicos creen que juegan un papel clave en todo el mundo en la diseminación de patógenos vegetales.
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