martes, 5 de febrero de 2008

La ciencia de EEUU grita socorro

Fuente: Publico.es.

Ni las suyas son las voces más solicitadas en la carrera electoral, ni sus preocupaciones ocupan la primera línea de fuego en la artillería de la campaña.

Pero tratándose de la primera potencia científica y la meca deseada por miles de futuros doctorados, tanto los investigadores de EEUU como sus asuntos son un reflejo de las constantes vitales de la ciencia planetaria; cuando ellos estornudan, la investigación mundial se resfría.

Y a juzgar por la opinión generalizada, el paciente sufre un serio resfriado que puede dejar graves secuelas.

En las últimas semanas, distintos medios vienen aireando la valoración que los científicos estadounidenses hacen de los ocho años de mandato del presidente George Bush, y las conclusiones son mayoritariamente negativas.

Los recortes en la financiación forman el sustrato abonado para este malestar. En su discurso del estado de la Unión de 2006, Bush lanzó la Iniciativa para la Competitividad de EEUU (ACI, por sus siglas en inglés), un programa cuyo compromiso era doblar en 10 años los fondos de I+D destinados a las agencias federales con competencias de investigación en ciencias físicas, por su valor estratégico en la innovación tecnológica.

Pero la ACI se desinfló cuando, en diciembre, el Congreso, de mayoría demócrata, le retiró su apoyo. En su discurso de este año, pronunciado la semana pasada, Bush culpaba a la cámara por minar su iniciativa.

Sin embargo, diversos medios alegan que ha sido el propio presidente quien ha propiciado este desenlace, ya que su amenaza de veto a los presupuestos que superasen el tope establecido condicionó a los congresistas, temerosos de que se vieran recortados los fondos para otros fines más urgentes.

Fuga de cerebros

Con este varapalo, el panorama que se dibuja se resume en las palabras de la congresista de Illinois Judy Biggert, involucrada en la confección de presupuestos para el laboratorio Nacional de Física de Argonne.

Biggert saca a relucir algo que nunca antes había inquietado a la poderosa ciencia estadounidense: “Habrá fuga de cerebros”, aseguraba a Reuters.

Como resultado de los recortes, las principales agencias federales de investigación han visto mermadas en un 90% las ampliaciones de fondos previstas para 2008 –800 millones de dólares menos en el caso del Instituto Nacional de la Salud (NIH)– y 700 proyectos de investigación han muerto antes de nacer; entre ellos, como principales perjudicados, los estudios de física de partículas de laboratorios como el Fermilab, que según el físico y portavoz de la Sociedad de Física Americana, Michael Lubell, han quedado atrapados “en el fuego cruzado entre la Casa Blanca y el Congreso”.

Las consecuencias, que incluyen la pérdida de cientos de empleos, son “devastadoras” según Robert Rosner, director del Argonne. “¿Quién querrá ahora colaborar con nosotros?”, se preguntaba, aludiendo a la pérdida de credibilidad que ha supuesto para su país la cancelación de los 160 millones de dólares que iba a destinar al reactor de fusión nuclear ITER, que se construirá en Francia con fondos internacionales.

Ante esta situación, la Federación de Sociedades Americanas de Biología Experimental (FASEB) ha alertado de que “EEUU está perdiendo terreno frente a otras naciones”.

Su portavoz, Carrie Wolinetz, advierte de que esto forzará a muchos profesionales a abandonar la investigación y optar por la rama clínica. Incluso la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA), la autoridad mundial más prestigiosa en esta materia, ha confesado que los recortes dejan “una situación precaria” en la que “no puede cumplir su misión”, según un informe hecho público en días pasados.

La de proponer y vetar no es la única acusación de doble juego que los científicos de EEUU cargan sobre las espaldas de su presidente. Según fuentes de la NASA, la ambiciosa visión de Bush sobre el futuro de la exploración espacial no viene acompañada del presupuesto para sostenerla.

En otro frente, si en su reciente discurso el presidente se adhería con entusiasmo a la lucha contra el cambio climático, un informe del Congreso en diciembre aseveraba que “la administración Bush mantiene un esfuerzo sistemático por manipular la ciencia del cambio climático y confundir a los legisladores y al público sobre los peligros del calentamiento global”.

El científico del Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas Kevin Trenberth abunda en la idea: “La ciencia y los hechos no son un factor en las decisiones, y la ideología domina”.

Como ocurre en España, el cambio climático se tiñe de visos políticos. Los candidatos demócratas son vehementes en este terreno, mientras que los republicanos se han sumado a regañadientes.

Ni un paso atrás

Otro caballo de batalla es la investigación en células madre embrionarias, a la que Bush suprimió la financiación pública. La nómina de aspirantes republicanos invita a apostar que, si no hay vuelco electoral, no habrá cambios.

Mientras, el todavía presidente ensalza los avances en reprogramación de células adultas para no ceder ni un milímetro en su postura.

Por último, en un país donde casi la mitad de la población rechaza la evolución darwiniana, Bush también se ha mostrado ambiguo, mostrándose partidario de impartir en las escuelas el Diseño Inteligente (DI) –el disfraz pseudocientífico del creacionismo– como alternativa a Darwin, mientras la portavoz de la Casa Blanca en materia de ciencia, Kristin Scuderi, manifestaba que “el DI no se considera un tema científico”, y que “la idea de que la administración propaga el DI es absurda”.

El efervescente auge del creacionismo amenaza con minar el sistema estadounidense de ciencia desde sus cimientos: la educación de los futuros científicos.

En el último acto hasta hoy, la Casa Blanca envió ayer al Congreso su propuesta de presupuestos para 2009 en materia de energía, que busca potenciar la investigación energética y, sobre todo, la nuclear.

Es dudoso que este nuevo movimiento acalle las críticas. Ken Caldeira, climatólogo de la Universidad de Stanford, lo plantea así: “Queremos una administración que esté dispuesta a decir: el mundo es redondo, la vida se desarrolló en la Tierra a lo largo de miles de millones de años, los humanos causamos cambios en el clima, nosotros o nuestros hijos pagaremos por lo que compramos hoy, y el consumo en este planeta no puede crecer exponencialmente para siempre”.

Comparativa

Hillary Clinton, la más comprometida

Su programa de política científica es más detallado que los del resto de aspirantes, según la revista ‘Science’. Contará con un asesor personal en materia de ciencia y propone un fondo de 50.000 millones de dólares, cofinanciado por los impuestos y las petroleras, para investigar energías ‘verdes’.

Barack Obama, educación antes que exploración

El candidato afroamericano respalda el combate contra el cambio climático con un firme programa de reducción de emisiones. Pretende doblar la financiación de la investigación básica y ampliar el acceso a la banda ancha. Quiere desviar 18.000 millones de dólares del programa espacial para destinarlos a educación en matemáticas y ciencias.

John McCain, adalid contra el cambio climático

El mejor situado de los republicanos ha hecho de la lucha contra el cambio climático –“El mayor problema al que se enfrenta el mundo”– un aspecto prioritario de su campaña. Dice ser entusiasta del progreso científico y alaba la reprogramación celular, pero rechaza la clonación terapéutica.

Mitt Romney, un candidato olvidadizo

El aspirante mormón tiene más interés en captar el voto de los evangélicos que el de los científicos, dedicando más esfuerzo a explicar su fe que sus cambios de opinión. Cuando era gobernador de Massachusetts, fue paladín de las células madre y la reducción de emisiones, causas que ya no apoya.

Mike Huckabee, la “condena”

Ministro baptista ordenado, es el único de los aspirantes que se declara abiertamente creacionista. Para rebajar el tono de su postura, añadió más tarde que el programa escolar de ciencias no es materia presidencial. Algunos científicos opinan que su proclamación como presidente sería una “condena”.

Opiniones

Kevin Trenberth, climatólogo:“ La ciencia ha sido gravemente minada por censura y alteración de testimonios e informaciones”.

Ken Caldeira, climatólogo: “La administración Bush ha contemplado la buena ciencia como una amenaza”.

Alan Harris, investigador espacial: “Ha habido una supresión sistemática de las pruebas científicas que no apoyan los planes de la administración”.

Pran Nath, físico: “Europa y Japón nos están tomando la delantera”.

Joshua Hart, psicólogo: “Se ha propugnado la impresión falsa de que hay debate científico sobre el cambio climático y sobre la evolución”.

Sean Carroll, genetista: “Un presidente que no acepta la evolución no cambiará de idea ni con pruebas abrumadoras”.

Roger Launius, ex-nasa: “La administración Bush ha atacado los consensos científicos”.

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