La especialización de los parásitos es un fenómeno frecuente en la naturaleza, que alcanza su máximo grado en los virus, específicos hasta el punto de atacar a una sola especie.
Desde antiguo se conoce la existencia de virus bacteriófagos, o fagos, que atacan a las bacterias. En el 161 congreso de la Sociedad General de Microbiología, celebrado recientemente en Edimburgo (Reino Unido), científicos del británico Wellcome Trust Sanger Institute presentaron una serie de experimentos que abren una nueva puerta al tratamiento de infecciones bacterianas mediante el uso de estos diminutos aliados naturales.
Fagos en el río
Los doctores Derek Pickard y Ana Toribio recogieron muestras del río Cam, en Cambridge, sede del instituto. En el agua recolectada se encuentran bacterias con potencial patógeno, y por extensión, los fagos que las atacan. En esta ocasión centraron su estudio en la bacteria Citrobacter rodentium, un patógeno común que causa enfermedades gastrointestinales en ratones, con características similares a las que produce en humanos la bacteria Escherichia coli, el agente más común de las intoxicaciones alimentarias.
El cóctel de fagos obtenido del río Cam se mostró muy eficaz en el tratamiento de las gastroenteritis de los roedores, abriendo una puerta a la realización de estudios similares en humanos. Una vez comprobada la validez del enfoque terapéutico, los investigadores están analizando el ADN de los distintos fagos presentes en la mezcla para optimizar la selección de los más adecuados. “El uso de varios fagos diferentes tiene la ventaja de que se puede combatir cualquier resistencia que la bacteria desarrolle por mutaciones”, explicaba la uruguaya Toribio durante la presentación de sus resultados.
¿Por qué esta estrategia terapéutica no se ha utilizado de forma extensiva? Pickard precisa que en 1919 Felix D’Herelle ya comenzó a ensayar los fagos como herramienta en clínica y en veterinaria. “Pero las preparaciones eran pobres y solían estar contaminadas. El descubrimiento de los antibióticos marcó una era en el tratamiento de las infecciones, y todos los esfuerzos se encaminaron a este terreno”, cuenta Pickard.
Si en la medicina occidental los fagos perdieron preponderancia, no fue así en otras regiones: el Instituto de Bacteriófagos de Tiflis, en Georgia, ha aplicado estas técnicas al tratamiento de úlceras diabéticas y la cicatrización de heridas.
Antibióticos agotados
Si algún motivo impulsa a los médicos a ensayar nuevos abordajes terapéuticos contra las enfermedades infecciosas, es precisamente el progresivo agotamiento del ciclo de los antibióticos. “Las bacterias intercambian información, y esto da lugar al desarrollo de resistencias múltiples”, asegura Pickard. “Además, los antibióticos eliminan también las bacterias beneficiosas para nosotros, que nos ayudan a digerir los alimentos o nos aportan nutrientes. Esto no ocurre con los fagos”.
El científico se muestra esperanzado con esta nueva modalidad: “La administración estadounidense aprobó el pasado año el uso de fagos para matar bacterias en las carnes para el consumo. El espectro de aplicaciones es amplísimo”, sentencia.
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