Comer tierra es para algunos la mejor manera de complementar una dieta escasa en minerales; para otros, esta práctica, muy arraigada en pueblos asiáticos, africanos y americanos, no sólo no es beneficiosa, sino que implica problemas para la salud, como la anemia.
En la consulta de un médico de un país occidental, geofagia es un trastorno de la alimentación, englobado dentro de la pica, por el que se consume tierra; siguiendo esta perspectiva médica, la geofagia es también una conducta que puede aparecer en un tercio de los niños pequeños y que normalmente desaparecerá con los años.
Pero geófagos (niños y adultos) ha habido y hay en todas partes del mundo: los primeros datos son del 1.800 a.C. en Sumeria, Egipto y China, y hace 2.000 años, en los mercados griegos se vendía terra sigillata, una arcilla a la que se atribuían propiedades medicinales. Para ciertos científicos las motivaciones que han impulsado e impulsan a consumir tierra no son sólo de tipo patológico: algunos arguyen que la tierra constituye el suplemento nutricional de personas cuya dieta es deficitaria en minerales; otros consideran que la acidez estomacal elimina cualquier beneficio del barro.
Entre los que defienden la hipótesis nutricional (la tierra como fuente de vitaminas y minerales), se encuentra Susanne Aufreiter, de la Universidad de Toronto, en Canadá, según expone un artículo que publica el último número de Nature. El equipo de Aufreiter decidió analizar el barro que consumían los geófagos del siglo XX en varias partes del mundo: en China lo hacen durante las hambrunas; en Carolina del Norte, como práctica saludable, y en Zimbabue, para tratar la diarrea.
Aufreiter descubrió que el barro consumido contenía niveles de minerales esenciales que podrían constituir un suplemento alimentario para una dieta deficiente. Además, sospechó que la tierra ingerida podría tener otro efecto beneficioso: los restos vegetales mezclados con ella aportaban fibra.
Pero estos análisis de la tierra no tenían en cuenta el efecto de la sustancia sobre los delicados estómagos humanos. En la Universidad de Kingston, en Surrey (Reino Unido), el equipo de Peter Hooda ha creado una sustancia líquida a partir del barro y la ha mezclado con nutrientes y con ácidos gástricos en un laboratorio, manteniendo la temperatura corporal para emular las condiciones que se dan en el estómago. Los investigadores hallaron que los nutrientes quedan anegados por el líquido de barro y como resultado apenas hay cantidades significativas de hierro, zinc y cobre; además, cuanto mayor es la acidez estomacal, más diluidos y menos aprovechables se encuentran los metales.
El experimento contradice la hipótesis nutricional.
Otra detractora es la nutricionista Sera Young, de la Universidad de Cornell, en Ithaca (Nueva York), para quien la geofagia empeora las situaciones de malnutrición. Young ha intentado determinar qué es primero si la deficiencia nutricional o la ingestión de tierra. Para ello, ha viajado a la isla africana de Pemba, cercana a Zanzíbar (Tanzania), donde ha estudiado a las mujeres embarazadas consumidoras de la sustancia. En un estudio aún no publicado sobre más de 2.500 mujeres de Pemba se comprobó que aquéllas que comían barro tenían niveles significativamente más bajos de hemoglobina; aunque esto no aclara si es la geofagia la que lleva a la anemia o viceversa, Young va a analizar el barro para cribar la presencia de alguna sustancia perjudicial para las mujeres. Mbiko Nchito, de la Universidad de Zambia, también estudia efectos perjudiciales del barro y ha visto que al suplementar con hierro la dieta de niños geófagos, no dejaban de comer tierra.
Estos niños presentaban además más infecciones por parásitos causantes de anemia, aunque este hallazgo no explicaría lo que ocurre con el resto de niños geófagos que no están infectados, pero sí tienen anemia.
Pero estos estudios no contestan a la pregunta que está de fondo: ¿cuál es la ventaja evolutiva de la geofagia? Algunos trabajos apuntan que las náuseas del embarazo -y el instinto de protección del feto por el que se buscan nutrientes- pueden ser una respuesta, y también explicaría por qué las embarazadas y los niños tienden más a esta práctica.
Fuente: DMedicina.
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