Fuente: La Vanguardia.
Un periodista científico norteamericano analiza en un libro cómo evolucionaría el mundo si las personas se extinguiesen.
Imagínese un mundo sin humanos. Un día, de repente, el Homo sapiens sapiens se extingue. Y entonces, ¿qué? Alan Weisman, un periodista norteamericano especializado en ciencia, ha pasado más de tres años viajando por todo el planeta hablando con científicos y especialistas para responder a esta pregunta
Si el ser humano desapareciese, concluye Weisman, la naturaleza tardaría poco en invadir las grandes ciudades del planeta. En dos días, el agua inundaría el metro de Nueva York. Después, las calles se agrietarían. A los cinco años, el fuego asolaría la ciudad. A los veinte, las principales avenidas se habrían convertido en ríos. En menos de trescientos años, ciervos, osos y lobos migrarían a la ciudad. Las ratas que viven de los restos humanos y las cucarachas acostumbradas a la calefacción de los edificios desaparecerían. La jungla de asfalto acabaría deviniendo una jungla de las de verdad, la naturaleza ganaría terreno.
"He intentado averiguar qué quedará de lo que hemos creado", explicaba Weisman esta semana en un teatro de Manhattan, ante un público embelesado, durante un coloquio sobre The world without us (el mundo sin nosotros), el libro que describe cómo sería el planeta sin humanos. Éste ha sido precisamente uno de los ensayos más vendidos y debatidos este verano en Estados Unidos, un país donde, en la estela del documental del ex vicepresidente Al Gore sobre el cambio climático, proliferan los escenarios de apocalipsis ecológica.
¿Qué quedaría de las obras humanas? De Nueva York, poco. Dentro de miles de años, cuando el hielo cubra la ciudad, quedaría la Estatua de la Libertad y la estatuas de bronce. Quedarían las ciudades subterráneas de la Capadocia. También el túnel del canal de la Mancha y los rostros de los presidentes de Estados Unidos esculpidos en la montaña de Rushmore. En cambio, la muralla china -hecha de un material precario- y el canal de Panamá -"una herida que la naturaleza intenta curar", según declara al autor un empleado de esta infraestructura- desaparecerían con seguridad.
Weisman insiste en el rastro envenenado del ser humano. El CO emitido 2 en exceso en la atmósfera tardaría cien mil años en desaparecer. Los reactores nucleares de las 441 centrales que hay en el mundo se sobrecalentarían y acabarían incendiándose o fundiéndose. La radiactividad duraría milenios.
Lo que irrita especialmente al autor de El mundo sin nosotros es el plástico. En el libro, Richard Thompson, un biólogo de la Universidad de Plymouth, en Inglaterra, le dice: "Imagine que toda la actividad humana cesase mañana, y que de repente ya no hubiese nadie para producir plástico. Sólo con el que ya existe, y teniendo en cuenta cómo se fragmenta, será algo con lo que los organismos se encontraran de forma indefinida. Miles de años, seguramente, o más".
"Es una locura que nos den una bolsa de plástico cada vez que vamos al supermercado", se indignó en la presentación del libro Alan Weisman.
El libro, pese al éxito de ventas, ha recibido críticas severas. "Ahora que ya han decidido que casi cualquier aspecto de la existencia humana es malo para el medio ambiente -conducir, comer carne, encender la luz, tener niños, respirar...-, los verdes han llevado el argumento hasta el límite. El problema es la existencia humana", escribió The Wall Street Journal en un editorial.
Weisman, de hecho, insinúa que la naturaleza podría "echarnos de menos" si nos extinguiésemos. "No competimos con el planeta -dice-. Somos parte del planeta". Para que el planeta no se degrade más, aboga por que cada familia sólo tenga un hijo. Y se hace eco de curiosas reivindicaciones, como la del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria (VHEMT, en sus iniciales inglesas).
Tras constatar que un virus difícilmente acabaría con todas las personas y que la guerra tampoco lo haría y además "matar es inmoral", el VHEMT propugna que el ser humano deje de reproducirse. "Los últimos humanos -declara Les Knight, fundador de este grupo- podrían disfrutar de sus últimas puestas de sol plácidamente, con la conciencia de que han devuelto el planeta lo más parecido posible al jardín del Edén".
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