"Vivimos en un planeta en el que conviven 1.000 millones de hambrientos, otros 1.000 millones de obesos y 4.500 millones que si engordan, pueden convertirse en un grave problema". Luis de Sebastián es catedrático de Economía en la Universidad Ramón Llull de ESADE, pero su visión sobre la sostenibilidad alimentaria de la Tierra va más allá de los números.
Tanto su análisis, recogido en su libro 'Un planeta de gordos y hambrientos' (Ariel), como el del periodista de investigación norteamericano Paul Roberts ('El hambre que viene', de Ediciones B), llegan a la misma conclusión: el sistema de industrialización de la agricultura actual está llevando al planeta al borde del colapso alimentario y, si no cambiamos los procesos de producción y el régimen cárnico de nuestra especie, el futuro se presenta muy negro para la humanidad.
Roberts lo resume en pocas palabras: "El sistema produce suficiente alimento en el primer mundo, pero no en los países pobres. África, por ejemplo, ya se sufre el colapso y con el cambio climático, la situación irá a peor".
"El problema", continúa, "es que, además, la agricultura intensiva está degradando el suelo en todo el mundo. El suelo tiene hasta 20 micronutrientes, y entre un 3% y un 6% de materia orgánica, pero se está perdiendo por los fertilizantes químicos, por no dejar descansar la tierra para sacar más producción y por la falta de rotación de los cultivos. No basta con confiar en que la tecnología resolverá el problema con nuevas semillas transgénicas si no hay agua ni suelo disponible".
Salidas científicas
Para Roberts, ya no se puede confiar en nuevas salidas científicas: "Los transgénicos están diseñados para los países ricos, para grandes fincas, y son muy caros. Con la 'Revolución Verde' ya se vio que aumentó la producción en India o China y no se acabó con el hambre. Además, están los problemas medioambientales de contaminación", añade.
De Sebastián, por su parte, denuncia un mundo en el que "quien posea las semillas del futuro tendrá en su poder las plantas y todos los frutos, y el proceso de su elaboración como alimento" y recuerda que hace 60 años había en Estados Unidos más de seis millones de granjeros y ahora quedan dos millones."La concentración de la alimentación mundial en 200 empresas convierte la comida en un negocio. Nos hacen más gordos, porque hay mucha comida barata y con nuevos aditivos, como la fructosa de maíz o las grasas 'trans' y crean nuevos productos, los 'snacks' o tentempiés", añade.
Se trata de un mundo en el que "las máquinas no se diseñan para recoger las cosechas, sino que las plantas son diseñadas para ser recogidas por las máquinas". Un planeta en el que se crían pollos en 40 días (en lugar de 10 semanas), y se fabrican con de pechugas de medio kilo, aunque luego se las atiborren de antibióticos para que no cojan infecciones, como ha constatado Roberts.
Un sistema, en definitiva, que según acusan ambos investigadores, debido al ansia de conseguir más por menos, ha expulsado a los pequeños agricultores, la mayoría del mundo pobre, que han pasado de producir a pasar hambre.
Magui Balbuena, una indígena guaraní paraguaya, es una de las víctimas de este colapso. Balbuena, de CONAMURI (una coordinadora de mujeres que lucha por su soberanía alimentaria), hace tiempo que ve cómo las tierras de su país pasan a manos de los sojeros brasileños (cultivadores de soja transgénica resistente a un herbicida), que les contaminan las aguas y las vidas. La adicción a los agroquímicos es imparable, pues su uso genera resistencias en las malas hierbas que exigen más producto.
"Silvino Talavera era un niño de 11 años que murió envenenado, tras fumigarle un sojero desde una avioneta. Además, el agrotóxico va a los ríos y arroyos y la gente está dejando sus tierras. Ahora tenemos más cultivos en Paraguay, pero hemos perdido la soberanía alimentaria y nuestra comida cada vez es menos variada", denuncia Balbuena durante una visita a Madrid.
Cambio climático
Otro testimonio es el de Catering N. Kimura, parlamentaria keniata: "En mi país hay tierras ricas, pero en pocas manos, y la gente muere de hambre. La tecnología agraria no ha llegado a los pequeños granjeros, que miran al cielo a ver si llueve, y ahora nadie puede asegurar si lo hará o no".
Al problema de la agricultura industrial, su contaminación por agrotóxicos, la destrucción del suelo, el calentamiento global o la falta de mejoras agrarias y de comercialización en los países en desarrollo, se suma la dedicación de suelo al cultivo de cereales para biocombustibles y, cómo no, el aumento de la demanda de carne, sobre todo en Asia.
"Producir un kilo de carne cuesta 20 kilos de grano. Si su consumo sigue en aumento no podremos mantener a los animales, hay que cambiar esa dieta", asegura Roberts.
El profesor Luis de Sebastián llega a la misma conclusión. "Estamos devorando el planeta", afirma, "y hay una dejación pública en educación alimentaria".
Recuerda, además, que este sistema industrial de producir comida ya ha provocado intoxicaciones y enfermedades que no se conocían. Ahí está el caso de la Salmonella, las 'vacas locas' o la amenaza de la gripe aviar. Sin olvidar la diabetes de tipo B o los problemas cardiovasculares causados por la obesidad.
¿Soluciones? "Confiar en futuras tecnologías no sirve porque hasta los cultivos resistentes a la sequía, patentados, y muy caros, necesitan algo de agua y cada vez hay menos. Tampoco la agricultura ecológica bastaría, porque su nivel de producción es bajo. La solución está en volver a una agricultura sostenible e integrada, que precise menos plaguicidas y sea más racional", argumenta Paul Roberts.
De Sebastián apuesta también por semillas mejoradas, pero desarrolladas por organismos públicos, sin patentes. Y ambos abogan por un sistema que potencie la producción local, para contar con una alimentación más sana y, a la vez, fomentar el desarrollo de los agricultores de países en desarrollo, que hoy están fuera del mercado. Y sobre todo, exigir y demandar una mejor dieta. "No se trata de comer mucho, sino sano" es su conclusión general.
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