Después de impartir una charla sobre la soberanía alimentaria, una de las salidas a la crisis sistémica que nos afecta, he leído con detenimiento el excelente artículo La isla de Pascua y el colapso global, de Enrique Gil Calvo.
En nuestro debate hemos planteado respuestas muy similares a la crisis. Dice el señor Gil que hay cuatro escenarios, una salida de más regularización light sin modificar el sistema de mercado, un proteccionismo llevado a extremos no aceptables, una vía revolucionaria violenta, y la opción esperanzadora de un nuevo modelo de sociedad.
A mi entender, faltaría una quinta que integraría las dos últimas. Alcanzar ese nuevo modelo de sociedad debe pasar por una revolución social y política, no violenta desde luego, ni de luchas entre clanes competidores como en la isla de Pascua. Pero se requiere de una movilización que recupere para la sociedad los espacios políticos que le han sido arrebatados. Y eso pasa por un enfrentamiento pacífico e imaginativo contra los actores que negocian con el planeta y sus seres vivos.
A saber: el capital que especula con alimentos o tierras cultivables, las empresas que monopolizan y patentan el mercado de semillas, las corporaciones que impulsan los agrocombustibles, las multinacionales que devoran los recursos pesqueros llevándonos al colapso del ecosistema marino, el sector alimentario de la soja que empieza envenenando los campos y a los campesinos con insecticidas y culmina en las cadenas del fast food basura, empresas de refrescos que usurpan agua de países del Sur, empresas de telecomunicaciones que se nutren del coltán que fabrica guerras, las grandes cadenas de distribución que amarran a los pequeños productores hasta su asfixia...
Y frente a aquellos poderes que hacen posibles estas injusticias. A saber: la OMC, el FMI, el Banco Mundial, la mentira de la deuda externa, el dumping de EE UU y la UE, los tratados de libre comercio... Una lucha revolucionaria para construir.
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