Fuente: GEO.
El elevado índice de salinidad del mar Muerto puede salvarle de la desaparición. Como medida urgente, un plan estudia el trasvase de agua desde el mar Rojo.
El mar Muerto no morirá jamás gracias a la gran cantidad de sal que almacena (diez veces superior a la del Mediterráneo), según las últimas y sorprendentes conclusiones de hidrólogos israelíes. Los expertos han observado que esta sustancia, al no evaporarse, permanece en el lago y aumenta el índice de salinidad. Las leyes físicas establecen que, a mayor salinidad, menor evaporación, de forma que el sistema llegará a un equilibrio dentro de 150 años, lo que impedirá la desaparición absoluta de las aguas.
Mientras tanto, en un intento de paliar la situación de emergencia ecológica que vive este gran lago salado, existe un plan de construcción de un conducto de 180 kilómetros de longitud y dos de alto que lo uniría con el golfo de Aqaba. Su fin es trasladar grandes cantidades de agua desde el mar Rojo. El proyecto, actualmente en estudio, se llama Canal de la Paz, está financiado por el Banco Mundial y apoyado conjuntamente por Israel, Jordania y la Autoridad Nacional Palestina. Se espera que el acueducto tienda una vía de cooperación entre los países implicados.
No obstante, el impacto ambiental de esta obra de ingeniería debe ser analizado con detenimiento. Uno de los temores es que la unión de los dos tipos de agua cause alteraciones químicas y biológicas con efectos desconocidos. Asimismo, el ritmo de crecimiento del mar Muerto sería muy lento: sólo medio metro con un aporte anual de 1.800 millones de metros cúbicos, según explican los técnicos.
El Muerto es, en realidad, un lago cerrado, cuyo caudal se reduce por evaporación, debido al intenso calor de la zona, con temperaturas de hasta 40 grados centígrados. Durante las últimas décadas ha entrado en una grave crisis ecológica, debido a que de él se extraen grandes cantidades de agua, así como de los ríos que lo alimentan (sobre todo, el Jordán), lo que ha provocado una inmensa reducción en su superficie. Si a principios del siglo XX ocupaba 1.000 kilómetros cuadrados, ahora a duras penas alcanza los 650. Se calcula que su extensión se limitará a 450 kilómetros cuadrados dentro de unos 150 años.
Los cambios abruptos se traducen en el nivel del agua, que en 70 años ha descendido 28 metros, acentuándose así su condición de ser el punto más bajo del planeta, a 416,5 metros bajo el nivel del mar. Por si fuera poco, en las zonas secas están apareciendo grandes agujeros y grietas, causadas por la disolución de las sales por acción de la lluvia.
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