La cara es el espejo del alma y también de la evolución humana. Una investigación del Museo de Historia Natural del Reino Unido revela que el atractivo facial tuvo un papel crucial en la transformación de nuestra especie.
Las preferencias de nuestros ancestros por determinados rostros fueron claves en la selección de sus parejas. Y, a su vez, el gusto por esos rasgos modificó las proporciones faciales a lo largo de la evolución. Hasta «dibujar» las caras de los humanos modernos.
El nuevo trabajo no sólo abre un nuevo camino para conocer los cambios en las preferencias sexuales de nuestros antepasados con la ayuda de fósiles, sino que ayudará a conocer mejor el secreto de la atracción sexual. Lo que nos convierte en hombres y mujeres más deseados para el otro sexo. La investigación, publicada en la revista científica «PLos ONE», deja claro que el mayor poder atractivo está en el rostro. Al menos, cuando se busca perpetuar la especie.
El nuevo trabajo introduce el protagonismo de los rasgos faciales en la selección sexual, uno de los mecanismos defendidos por Charles Darwin para explicar la evolución de las especies. A diferencia de lo que sucede con la selección natural, el término «selección» no es aquí una metáfora que apunta la eliminación no azarosa de los menos aptos, sino que designa un proceso literal: la elección por el éxito reproductivo.
Entre los labios y la frente
Los paleontólogos británicos creen que ese atractivo se concentra en la parte superior de la cara y en la distancia entre los labios y la frente. Esa proporción es diferente en hombres y mujeres, según han podido comprobar tras estudiar diferentes series de cráneos en su proceso evolutivo. Mientras ellos mantienen una distancia más corta entre los labios y la frente, en las mujeres ese recorrido se alarga y lo hace en una proporción que no puede explicarse por el distinto tamaño de los cuerpos de uno y otro sexo. La apariencia de rostro más ancho o vertical se hace evidente a partir de la pubertad, cuando comienza el desarrollo sexual.
A lo largo de la evolución, la cara de los varones se ha mantenido ancha, con poca distancia entre labios y frente. De esa manera, se exagera el tamaño de la mandíbula y los pómulos y las cejas parecen más pobladas. Esos rasgos tan masculinos se dulficaron a lo largo del tiempo. Los dientes caninos encogieron y los hombres dejaron de parecer tan fieros y amenazadores para sus parejas.
Cambios en la pubertad
El momento en que el desarrollo facial de hombres y mujeres se separa es la pubertad, entre los 12 y los 14 años. En esa etapa, el rostro femenino se alarga, los pómulos se vuelven más prominentes y su boca se separa de la frente. Por el contrario, las caras masculinas crecen, aunque en una proporción más ancha y corta. Esas diferencias entre ambos sexos pueden encontrarse a lo largo de toda la historia humana. Los científicos británicos comprobaron ese dimorfismo entre sexos en todos los fósiles estudiados, en mayor o menor medida.
Quizá todo podría explicarse por un ajuste en el desarrollo en busca de un equilibrio funcional, aunque los investigadores están convencidos de que se debe al poder de la selección sexual. Ese poder se concentra en la zona superior del rostro, «la verdadera diana de la selección sexual», escriben los autores en el estudio.
Aseguran que bastaría una simple medición de la zona superior de la cara para calcular el atractivo facial con un modelo matemático.
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