Fuente: idealdigital.
Oro, diamantes, petróleo, gas... bajo la capa de hielo ártica se esconde un tesoro de primer orden y el futuro de un planeta amenazado
NO hay uno solo. Existen nada menos que cinco Polos Norte. A saber: el geográfico (un punto fijo situado en el casquete polar); el magnético, que es el que señalan las brújulas y oscila cada año (ahora anda por el Ártico canadiense); el geomagnético (que tiene que ver con los campos magnéticos terrestres y se sitúa en el noroeste de Groenlandia); el de la Inaccesibilidad («un lugar de nombre magnífico en el océano Ártico, al norte de Alaska, que representa el punto más septentrional en todas las direcciones desde tierra: en la actualidad 1.100 kilómetros desde la costa más cercana», según el escritor Fergus Fleming) e, incluso, existe un Polo Norte celeste. Para encontrar éste hay que trazar hacia el cielo una línea imaginaria que parta del eje de la Tierra hasta casi tocar la Estrella Polar.
Bien. Los rusos saben esto. Pero les interesa bien poco todo este tumulto romántico de coordenadas, tierras ignotas y ejes magnéticos. Desde que el pasado 2 de agosto dos batiscafos coordinados desde el rompehielos 'Académico Fiódorov' alcanzaron por primera vez el fondo marino bajo el océano Glacial Ártico, ha quedado claro que lo que persiguen (y no son los únicos) es poner el pie sobre la última frontera inexplorada de la Tierra. Una región (no es casual) que alberga el 25% de las (cada vez más escasas) reservas mundiales de crudo. «El Ártico es en gran parte la solución del problema energético del mundo», ha resaltado Odd Roger Enoksen, ministro de petróleo de Noruega, séptimo productor mundial de crudo y uno de los ocho países integrantes del llamado Consejo del Ártico implicados en la lucha que se avecina por hacerse con esta vasta zona del mundo.
El Polo Norte, «una región que antes se despreciaba», según Rob Huebert, del Instituto Ártico de EE UU, se ha convertido en un apetecible bocado. El deshielo (esta semana se ha sabido que el fenómeno se ha generalizado hasta alcanzar mínimos históricos: capas de hielo localizadas en el Ártico desde hace 4.500 años han desaparecido en las últimas tres décadas) va a hacer más accesible esta región ignota. Imágenes tomadas por satélite y observaciones sobre el terreno indican que la banquisa ártica estival ha perdido el 15% de su superficie y más del 40% de su espesor desde 1978. Algunas fuentes apuntan que podría desaparecer hacia 2070, lo que abriría nuevas vías marítimas (el famoso paso del Noroeste perseguido durante toda su vida por el almirante Franklin, sería, tristemente, verdad) y permitiría llegar a recursos mineros y petroleros hasta ahora inaccesibles.
De hecho, la explotación industrial del Ártico ya lleva unos cuantos años en marcha. Noruega gestiona ya el gigantesco yacimiento de Snohvit (Blancanieves, donde participa Iberdrola), en el Mar de Barents, y algo así como el vestíbulo del continente helado. Un consorcio internacional ha invertido 7.500 millones de euros en una gigantesca planta flotante de gas natural licuado (construida por ACS en Cádiz) y situada a 140 kilómetros de Hammerfest, la ciudad más al norte de todo el planeta. Rusia trabaja ya en la explotación del inmenso yacimiento de Shtokman, el mayor depósito marino de gas del mundo, con una superficie de 1.400 kilómetros cuadrados (casi como toda Guipúzcoa) y un volumen de reservas estimado en 3.200 millones de metros cúbicos.
Como sucede siempre (y cada vez más), detrás de las intenciones de los gobiernos se encuentran poderosas multinacionales. Como la minera De Beers (con nombre de diamante sudafricano) que ya busca brillantes en los lagos más al norte de Canadá y que, junto a otras 80 compañías, estima producir entre el 10% y el 15% del valor mundial bruto de diamantes. La Comisión de Investigaciones Árticas de EE UU cree que bajo el océano Ártico se esconde una cuarta parte de las reservas energéticas y minerales del planeta.
También podríamos hablar de otros recursos, como la pesca. Y si en la zona hay bacalao (que lo hay), no duden que detrás aparecerán pescadores. De momento, en diciembre fueron apresados dos pesqueros gallegos por pescar fletán azul (especie protegida) frente a las islas Svalbard, al norte de Hammerfest, en una zona que España considera ajena a la soberanía noruega.
Debate científico
Bajo su suelo, el Ártico alberga hidrocarburos, minerales como oro, plata y platino, ingentes cantidades de carbón y metales de interés estratégico como tantalio y molibdeno. Un apetitoso caramelo si, como resaltan los especialistas, la demanda energética mundial se incrementa en un 40% en los próximos 15 años en un proceso imparable pese a sus riesgos y liderado por China. «El Ártico es un panal de rica miel y si entramos allí el proceso de aceleración del cambio climático será incontenible», ha declarado el profesor Roberto Tornabell.
Rusia, Estados Unidos, Canadá y Noruega velan ya armas para hacerse con un hueco en el apreciado Polo Norte y litigan por extender sus derechos. Realmente lo que persigue Rusia con el 'coup de force' de los batiscafos es demostrar científicamente que la sumergida cordillera Lomonósov que sustenta el Ártico es, en realidad, una prolongación de su plataforma continental y que, por tanto, queda bajo su jurisdicción. Rusia reclama la soberanía de nada menos que 1,2 millones de kilómetros cuadrados (más de dos veces la extensión de España).
Y aunque parece que Rusia ha sido la primera en mover ficha, Canadá no le va a la zaga. Desde hace años mantiene 1.500 soldados desplegados en la región y acaba de anunciar una inversión multimillonaria para la construcción de ocho patrulleras árticas dedicadas a proteger su soberanía en la zona.
Y en esas cuestiones ya sabemos que los canadienses no se andan con chiquitas (¿o no se acuerdan ya de los tiros al 'Estai' y de la guerra del fletán?).
España, país observador
De momento, todavía se mueven por la cuerda de la diplomacia. El primer ministro canadiense ha anunciado ya la ampliación del Nahanni National Park Reserve, próximo a la zona en litigio. Y, hace unos pocos días el ministro canadiense de Asuntos Exteriores, Peter McKay, calificó de argucias del siglo XV (del tiempo de los conquistadores, vamos) la maniobra rusa de plantar una bandera tricolor de titanio bajo las gélidas aguas del Ártico. Su homólogo moscovita apuntó de forma rápida que Rusia no anda plantando banderas por ahí sin ton si son.
Para los observadores, este intercambio de 'lisonjas' es difícil que llegue a las manos, pero aconsejan a las partes que se armen de paciencia y centren sus esfuerzos en recabar pruebas científicas para argumentar sus pretensiones territoriales. O lo que es lo mismo, que husmeen esas cordilleras con nombres evocadores (Lomonósov, Mendeleyev...) y litiguen en los despachos. Para Estados Unidos (aliado estratégico y comercial de Canadá) la proclamación de soberanía realizada por Rusia deberá ser examinada por la ONU. El Polo Norte tiene la consideración de territorio internacional administrado por la ONU.
¿Cómo podría afectarnos la cuestión? España ha pedido su ingreso como observador en el Consejo Ártico, donde se encuentran Noruega, Finlandia, Suecia, Rusia, Estados Unidos, Canadá y Dinamarca, estados limítrofes con la mayor golosina del mundo, y miembros de pleno derecho. También forman parte del Consejo organizaciones ecologistas y representantes de los pueblos indígenas, los inuit, los únicos pobladores de estas tierras (mejor sería decir permafrost: suelo helado permanentemente) donde las temperaturas pueden descender hasta los 70 grados bajo cero.
España, de hecho, va a dedicar 3 millones de euros para impulsar la investigación en los efectos del calentamiento global tanto en el Ártico como en la Antártida, una de las conclusiones tomadas por los estados participantes en el IV Año Polar Internacional, cumbre científica celebrada en primavera en París. (Canadá destinará 113 millones de euros y China, 49).
Objeto de deseo
Hasta ahora hablábamos del Ártico en términos de desafío y de aventura. Hoy es un campo de juego geopolítico donde (de no poner remedio) se ventila el futuro del planeta. Sir Wally Herbert, fallecido el pasado julio, fue un explorador polar, el primero en cruzar el Ártico por su eje: de Alaska a Spitzberg. Herbert ya no verá los litigios sobre la última frontera, un lugar mítico que ha atraído las voluntades de los más intrépidos y donde se han escrito gloriosas páginas de superación personal. «En la historia de la exploración (quizás en la historia del mundo) ningún punto de la superficie de la Tierra había despertado una curiosidad tan intensa ni había sido objeto de un deseo tan desesperado», escribe Fergus Fleming. Nombres como los de Peary, el duque de los Abruzos y Roald Amudsen jalonan la historia del Ártico. Dentro de poco, serán sustituidos en la mente de todos por compañías, monopolios y multinacionales.
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