En el Massachusetts Institute of Technology (MIT), un grupo de "manitas" de 16 países diferentes estaban soldando, cosiendo y clavando, trabajando en toscos inventos con el fin de salvar el mundo pueblo a pueblo.
El instituto ha centrado su atención en ideas concretas para mejorar las vidas de los miles de millones de desfavorecidos que hay en el mundo, aquellos que subsisten con un dólar o menos al día y que con frecuencia mueren jóvenes.
Este verano, el MIT ha acogido una Cumbre sobre Diseño para el Desarrollo Internacional de cuatro semanas de duración con el fin de identificar problemas, improvisar prototipos de soluciones y examinar los resultados para ver cuáles pueden funcionar en el mundo real. El taller comenzó a mediados de julio, con la llegada de cerca de 50 visitantes de Brasil, Ghana, Guatemala, Tanzania, Tibet y otros lugares.
Mohamed Mashaal, joven ingeniero británico que comenzará a trabajar para BP en el Mar del Norte este otoño, vertía agua en una mochila fabricada con plástico que llevaba puesta un compañero, Bernard Kiwia, que enseña a reparar bicicletas en el ámbito rural de Tanzania y espera poder ofrecer a las mujeres de este país un modo más sencillo de acarrear agua desde distancias lejanas.
Sham Tembo, ingeniero eléctrico de Zambia y Jessica Vechakul, estudiante de posgrado de ingeniería en el MIT, añadieron lentamente estiércol de vaca triturado en un cubo de 23 litros que contenía carbón hecho con mazorcas de maíz. Con esta mezcla se podría generar electricidad suficiente para cargar la batería de un móvil o una pequeña linterna durante un año o más.
Toda esta agitación se producía en el D-Lab, un centro de investigación y conjunto de cursos del MIT dedicados a idear tecnologías baratas que podrían tener un gran impacto en las comunidades pobres.
Amy Smith, profesora del MIT, es la principal artífice de esta cumbre. "Casi el 90% del dinero que se dedica a investigación y desarrollo se gasta en la creación de tecnologías al servicio del 10% de la población más rica del mundo. El objetivo de la revolución del diseño es cambiar esta tendencia", dice.
El desarrollar un molino a pedales o una mochila para el agua era sólo el primer paso.
Los equipos también tenían que asegurarse de que sus creaciones se pueden fabricar con materiales autóctonos lo suficientemente baratos como para que la población más pobre del mundo pueda permitírselos, que se puedan reparar fácilmente y que se adapten a un modo de vida con unos ritmos profundamente enraizados.
Media decena de tutores voluntarios han ayudado a los participantes a hacer que sus ideas tomasen forma. La misión de los tutores era que los inventos funcionasen.
Después de toda una carrera fabricando artilugios para el cine, Jock Brandis trabaja ahora en el proyecto 'Full belly', en el que se desarrollan máquinas para simplificar el trabajo en las aldeas. Brandis señala que el presupuesto para diseñar una peladora de cacahuetes para un pueblo en Malí era bien distinto del necesario para construir un vehículo para transportar una cámara en una zona rural de México con el fin de filmar al actor Antonio Banderas galopando por el desierto en su papel de El Zorro. Pero el reto de llenar un nicho con pocos materiales e instrumentos es parecido.
En el taller, Brandis examinó con satisfacción el diseño de uno de los grupos de un horno con tres parrillas de tamiz cada vez más fino para el combustible de carbón, de manera que las piezas más grandes que no se queman se mantienen separadas de las que están más consumidas, limitando así la emisión de humo nocivo. Según él, lo que se pretende en prácticamente todas las situaciones es hacer que su vida sea más eficiente.
"Ésta fue la gran revolución que se produjo en EE UU entre 1860 y 1960, que el trabajo que una persona realizaba en un día fuese mucho más productivo. Eso significa que el tiempo vale más y que tiene más horas para hacer otras cosas".
Ashley Thomas, estudiante del MIT, explica lo atractivo que resulta este trabajo mientras brega con un marco de metal oscilante para un refrigerador que utiliza la evaporación de tejidos mojados en lugar de componentes eléctricos para extraer calor de su contenido. Esta idea se le ocurrió hablando con algunos participantes de Tibet, donde se debe almacenar la carne durante semanas en zonas rurales aisladas y de India, donde el calor puede acabar con la mercancía de un vendedor.
Deepa Dubey, compañera de Thomas y dedicada al estudio del diseño de productos como estudiante de posgrado en Kanpur, India, comenta: "Imagínense un vendedor de fruta de una zona rural o de los suburbios con todas sus frutas y verduras. Al final de la jornada habrá ganado un dólar y se verá obligado a tirar toda la mercancía que le queda porque no puede almacenarla".
Y añade: "Se trata de tomar las teorías del diseño industrial y aplicarlas allí donde puedan tener mayor impacto. En este caso, una inversión de cinco dólares en hierros y toallas podría suponer un mes de provisiones. Desde mi punto de vista, esto merece mucho más la pena que invertir todo ese tiempo trabajando en el diseño de un nuevo ordenador más logrado".
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